Ensayo de Tratado de
Semiótica general – U. Eco
Para
empezar, en palabras del mismo eco, “La Semiótica se ocupa de
cualquier cosa que pueda CONSIDERARSE como signo”. Donde el signo
se define como “cualquier cosa que pueda considerarse como
subtítulo significante de cualquier otra cosa. Esa otra cualquier
otra cosa no debe necesariamente existir ni debe subsistir de hecho
en el momento en que el signo la represente. En ese sentido, la
semiótica es, en principio, la disciplina que estudia todo lo que
pueda usarse para mentir”. (Umberto Eco) Hagamos una pausa y nos
detengamos en el término “mentir”. Así encontramos que este
vocablo —del lat. mentiri— está asociado con las siguientes
acepciones: Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o
piensa; Inducir a error; Falsificar o falsear una cosa; Desdecir una
cosa de otra, no ser conforme con ella; Fingir, cambiar o disfrazar
una cosa, haciendo que por las señas exteriores parezca otra.
Observemos esto mismo de la semiótica como un querer decir diciendo
lo que no es, pero ahora desde una perspectiva poética:
¡Si uno pudiera
encontrar lo que hay que decir, cuando todas las ventanas se han
levantado del campo como palomas asustadas! ¡Si uno pudiera decir
algo, con sólo lo que encuentra, una piedra, un cigarro, una varita
seca, un zapato! ¡Y si este decir algo fuera una confirmación de lo
que sucede; por ejemplo: agarro una silla: estoy dando un durazno!
¡Si con solo decir “madera”, entendieras tú que te florezco;
sin con decir calle, o con tocar la pata de la cama, supieras que me
muero!
[…]
Lo más profundo y
completo que puede expresar el hombre no hace con palabras sino con
un acto: el suicidio.
Hay un decir sin
decir nada. Todo acto humano es reflejo de una significación
fortuita y mutable.
Mentir siempre para
no decir lo que es,
para quedarse quieto
bajo las piedras
respirando como la
piel de un muerto
y probar el musgo
verde de los campos que florecen.
Esta vez miento,
digo lo que no
quiero,
lo que mi boca
contrita y verdadera
descompone en
millares de mundos adiestrados.
Culpable soy de las
mentiras que aquí se digan,
del maltrato que
sufran los filósofos.
Yo los perdono
—a todos—
como perdono al
hombre que creó a Dios.
Así, pues, aunque
parezca irónico, extraño, irrisorio o paradójico, de esto se
deduce que lo que entendemos como realidad es una falsa copia de la
realidad misma. Octavio Paz, en su ensayo “Poesía de soledad y
poesía de comunión”, afirma: “… no es la realidad lo que
realmente conocemos sino esa parte de la realidad que podemos reducir
a lenguaje y conceptos”.
No obstante, desde
la visión antropológica, se infiere que la semiótica, como ciencia
que estudia los fenómenos culturales en tanto resultado de los actos
comunicativos, conmina a entender el signo a partir de una convención
social. Considérese que toda acción determinada conlleva una carga
simbólica en relación con el “otro” que legitima y reconoce la
objetivación de un hecho: el pensamiento mismo es un dialogar con el
“otro”. En efecto, la cultura no existe sino en el momento mismo
en que ese “otro pensante” —que soy yo mismo cuando trato de
asimilar el contenido de una cosa u “otro” en su forma física—
vislumbra la propiedad-atributo del ente en cuestión, dándola por
cierto.
¿Qué es el signo?
Pensemos en el
veterano cincuentón de “La Tregua” de Mario Benedetti. ¿Qué
ocurre cuando el significante llega a un grado tal de homologación
con el significado que por analogía entendemos una cosa por otra?
Pero ella estaba
conmigo, podía sentirla, parparla, besarla. Podía decir
simplemente: «Avellaneda.» «Avellaneda» es, además, un mundo de
palabras. Estoy aprendiendo a inyectarle cientos de significados y
ella también aprende a conocerlos. Es un juego. De mañana digo
«Avellaneda», y significa: «Buenos días.» (Hay una «Avellaneda»
que es reproche, otro que es aviso, otro más que es disculpa.) Pero
ella me malentiende a propósito para hacerme rabiar. Cuando
pronuncio el «Avellaneda» que significa: «Hagamos el amor», ella
muy ufana contesta: «¿Te parece que me vaya ahora? …» (Benedetti
2007: 122)
Los signos son una
forma de simplificar y concretar la realidad para hacerla entendible
y lógica en el pensamiento. Pero cada uno de ellos se convierte en
un símbolo sujeto a un campo semántico que varía según el
contexto en que se inscribe, así como los condicionantes emotivos
que interfieren en el proceso de aprehensión significante.
Quizá todos estos
argumentos estén relacionados únicamente con la lingüística, mas
esto nos permite observar lo complicado que resulta entender una
ciencia como es la pretendida por Eco. Pero para poder ahondar un
poco más en las elucubraciones de este autor, recordemos la
definición que nos da sobre el signo. Él dice: Signo es “cualquier
cosa que pueda considerarse como subtítulo significante de cualquier
otra cosa”. Remarco: “subtítulo significante”. Esto es, no la
cosa misma sino la idea abstracta que se tiene de ella.
Pierre Guiraud va a
decir que “Un signo es un estímulo —es decir una sustancia
sensible— cuya imagen mental está asociada en nuestro espíritu a
la imagen de otro estímulo que ese signo tiene por función evocar
con el objeto de establecer una comunicación”. (Guiraud 2008: 33)
Efectivamente,
“La función del
signo consiste en comunicar ideas por medio de mensajes. Esta
operación implica un objeto, una cosa de la que se habla o
referente, signos y por lo tanto un código, un medio de transmisión
y, evidentemente, un destinador [según Jakobson, el locutor, el
sujeto de la enunciación] y un destinatario”. (Ibídem: 11)
Con estas
apreciaciones y elementos que ya tenemos podemos deducir que la
semiótica es una forma de desmenuzar la estructura del lenguaje a
partir de observar la significación del universo de las cosas. Aúna
sí, entendemos que no sólo se trata del signo sino de todo lo que
implica su materialización lógica.
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