domingo, 25 de noviembre de 2012

Análisis La Jetée, 12 Monos





LA JETÉE

Dirección y Guión: Chris Marker.
Producción: Anatole Dauman.
Fotografía: Chris Marker, Jean Chiabaut.
Música: selección de stock a cargo de Trevor Duncan.
Edición: Jean Ravel.
Elenco: Jean Négroni (voz narradora), Hélène Chatelain (la mujer), Davos Hanich (el hombre), Jacques Ledoux (el científico)
Francia, 1962, 28 min.
Participaciones: Premio Jean Vigo a Mejor Cortometraje, Francia, 1962




La fragmentación del tiempo es algo recurrente en los trabajos de Chris Marker, de la misma forma que lo es su conceptualización de memoria, que de hecho ya deviene como fragmentaria per se y así lo explican diversos estudios e inclusive así es entendido por el razonamiento propio: los recuerdos nunca acceden a nuestro cerebro de manera lineal, sino como saltos temporales.



De ahí parte la premisa de La Jetée y posteriormente la que utilizaría Gilliam para 12 monos y, aunque arrancan desde un mismo punto, ambos realizadores se sitúan en las antípodas para su ejecución. Marker opta por un recurso de fotografía fija en blanco y negro para la elaboración de una historia claustrofóbica y hasta horrorífica a la que él mismo gustó de llamar foto-novela.
Es una historia de personajes anónimos que nos presenta la vida de un hombre adulto marcado por una imagen recurrente de su infancia, representada magistralmente con una serie de imágenes fijas y una narración en off que nos pone en situación de lo que allí acontece.



Un domingo cualquiera, un niño está en el aeropuerto de Orly con sus padres, viendo despegar los aviones, y observa el rostro angustiado de una joven, momento que se marcará a fuego en su inocente mente.
Muchos años después, ha estallado un Guerra Mundial, la Tercera, y la escasa población superviviente se ve obligada a compartir las galerías subterráneas del Palacio de Chaillot con las ratas, ya que la superficie está inhabilitada como motivo de la radiación. El niño se ha convertido en adulto y es utilizado por unos científicos para viajar en el tiempo (viaje puramente mental, inducido por las drogas, y que nos hace plantearnos si realmente se produce tal hecho, si realmente el hombre viaja hasta su pasado o es tan solo el delirio febril de una mente obsesionada, perdemos la percepción de la realidad, acabando tan confundidos como el protagonista) al momento justo de su recuerdo, con intención de buscar alguna solución a la situación que les acontece.
En sus desplazamientos hacia atrás, el viajero sin tiempo, se encuentra con la joven (idealizada y soñada en múltiples ocasiones) del aeropuerto, y empieza una relación fugaz con ella que les lleva al enamoramiento. Después de haber viajado al pasado, es al futuro hacia donde le encaminan (y que era el verdadero motivo de los experimentos).
Allí encuentra a una humanidad que ha logrado sobrevivir y solucionarlo todo y que le hace entrega de un artefacto que ayudará a esa población miserable a salir del atolladero en el que están inmersos. El hombre, sin saber que es seguido por los hombres de su presente, se encamina hacia el pasado para estar por siempre jamás con su amada en el aeropuerto de Orly; y es en ese preciso momento en el que muere, ante la cara angustiada de ella y el rostro curioso de un niño que no es otro que él mismo.



La obra de Marker, extraña, poética, psicológicamente enrevesada pero, sobre todo, adelantada a su tiempo, redefine el lenguaje narrativo del cine, dotando al conjunto de imágenes que la configuran (instantáneas fijas que no son sino retazos de un presente/pasado/futuro que no puede ser, recuerdos dispersos en el tiempo de algo que tal vez nunca ocurrió, de un niño que no pudo existir...) y a la narración en off de una fuerza tan devastadora como la guerra que destruye París, envolviendo al filme en un halo mágico que nos encontramos revisitando, una y otra vez, en nuestras mentes de inquietos espectadores.





12 MONOS
(Twelve Monkeys)
Dirección: Terry Gilliam.
Guión: David Peoples y Janet Peoples, basados en la película La Jetée, de Chris Marker.
Producción: Charles Roven, Lloyd Phillips.
Fotografía: Roger Pratt.
Música: Paul Buckmaster.
Edición: Mick Audsley.
Elenco: Bruce Willis (James Cole), Madeleine Stowe (Dra. Kathryn Railly), Brad Pitt (Jeffrey Goines), Jon Seda (José), Joseph Melito (James Cole, niño)
Estados Unidos, 1995, 129 min

Participaciones: Festival Internacional de Cine de Berlín (Premio del Jurado del diario Berliner Morgenpost), Alemania, 1996; Premio Globo de Oro a Mejor Actor de Soporte (B. Pitt), Estados Unidos, 1996; Nominación al Premio Oscar por Mejor Actor de Soporte (B. Pitt) y Mejor Diseño de Vestuario, Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas, Estados Unidos, 1996; Premio Saturno a Mejor Diseño de Vestuario, Mejor Actor de Soporte (B. Pitt) y Mejor Película de Ciencia Ficción, Academia de Cine de Ciencia Ficción, Fantasía y Horror. Estados Unidos, 1996; Premio Empire a Mejor Director, Gran Bretaña, 1997






James Cole, preso de alta seguridad, está obsesionado con una imagen recurrente de la niñez: una mujer que corre desesperada por los pasillos de un aeropuerto, un cuerpo que cae abatido a tiros, un niño que es testigo mudo de esa muerte. Año 2035. La humanidad ha sido exterminada en un 99% por un virus letal, los sobrevivientes deben vivir sumergidos a kilómetros de profundidad. Cole es seleccionado como un “voluntario” que debe de salir al exterior a recolectar diversas muestras. El éxito de la misión le lleva ante unos científicos que le explican los viajes temporales con el objetivo de enviarlo a 1996 para rastrear al ejército de los 12 monos, el grupo terrorista culpable de esparcir el virus que destruyó la vida sobre la tierra.



Los cálculos fallan, Cole está en 1990 y es tratado como un enfermo mental. En un manicomio conoce a la doctora Railly y al extravagante Jeffrey Goines. Antes de que las cosas pasen a mayores desaguisados después de un intento de fuga, Cole es regresado al 2035, pero un nuevo salto del tiempo lo lleva, esta vez correctamente, al año 1996, justo en los albores del ataque terrorista de los 12 monos, lidereados, para su sorpresa, por Goines. Cole se reencuentra con la doctora Railly, a quien obligará a ayudarlo en busca de detener un mal que aún no sucede.
Gilliam recurre a una narración convencional para poner en tela de juicio la mentalidad del protagonista, esta vez perfectamente reconocible (no más paradigmáticos él y ella) y que encaja perfectamente en el concepto de “hombre solo contra el destino” (nunca mejor dicho), un ser que habrá de luchar en contra de las adversidades por detener una catástrofe, al tiempo que duda de su propia sanidad mental. ¿Es en realidad un viaje por el tiempo o se trata simplemente de las alucinaciones de un esquizofrénico?
El director se enfoca en darle a este argumento un tratamiento clásico, llevando al espectador y siguiendo él mismo una encadenación de hechos que pasan por la consabida relación romántica de los protagonistas, el enfrentamiento de dos personajes antagónicos (Cole – Goines) que son en realidad personalidades complementarias; reservándose, además, una interesante vuelta de tuerca que lleva al complot de los 12 monos en una dirección opuesta a lo que científicos, Cole y el público esperaban. Está de más decir que el punto climático de la cinta se sitúa justo en el aeoropuerto donde pasado, presente y futuro se unen en la atónita mirada de un niño, el desesperado grito de una mujer enamorada y la sangre del héroe caído.
Lo que en La Jetée es poesía narrativa y en Chris Marker una introspección de conceptos universales, en 12 Monos es una efectiva puesta en escena desasosegante y decadentemente futurista al servicio de una historia paradójicamente lineal, donde los viajes temporales no afectan la recta cronológica de la relación entre los personajes y el desarrollo de la historia.
Marker pone el punto central de su obra de culto en el peso de la memoria como denominador de la existencia individual y de su crecimiento intelectual y, por extensión, el de la humanidad. Gilliam, en cambio, poco o nada utiliza el poder de la memoria, prefiriendo la premisa del “bien común”, es decir, hasta en los últimos momentos Cole (a diferencia del hombre de Marker) piensa en evitar una catástrofe que acabará con la raza humana en un futuro cercano, desgracia que bien vale decir, Marker apuntó como una evolución lógica de la especie (la destrucción como punto último) y como consecuencia de sus propios actos; en tanto que Gilliam la anota como resentimiento y venganza de un solo individuo, algo así como la teoría del asesino solitario. Pequeñas diferencias de concepto para una premisa que ya recorrió dos caminos: por un lado, en 1962, el de la trascendencia filosófica y por otro, en 1995, el de cine espectáculo.



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